“Las Palabras”

En el caudaloso río de informaciones, memes, consejos, noticias que emanan de las redes sociales nos llamaron la atención dos publicaciones muy atingentes a los tiempos que vivimos, donde la lectura en este país ha pasado a segundo plano. Más en la comuna de San Bernardo donde los establecimientos municipalizados arrastran  un problema tremendo y los alumnos no están asistiendo a las aulas y se aproxima un nuevo paro de profesores por 48 horas.

Estos textos pertenecen a José de Sousa Saramago, un escritor portugués, que en 1998 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”.

Nació el 16 de noviembre de 1922, en Azinhaga, Portugal. Falleció el  18 de junio de 2010, en Tías, España.  Y recibió los siguientes premios: Premio Nobel de Literatura, 1998, Premio Camoes, Premio Ondas Internacional de Televisión: Mención de Honor.  

“Les voy a exponer una teoría que tengo sobre la lectura que no es muy popular, incluso podría decirse que no es políticamente correcta. Y es que la lectura no es obligatoria.

Leer no es obligatorio.

Puedo preguntarle a un chico, «Mira, ¿y tú por qué no lees?, ¿no te gusta leer?». Y él podrá decir, «No, no me gusta». Y yo le diré, “¿No te das cuenta de lo que te estás perdiendo?”. Pero imaginemos que ese chico es un buceador y que me contesta, “¿Y usted no se da cuenta de lo que se está perdiendo por no bucear?”.

Y tiene razón.

¿Quiere esto decir que no debamos leer? No, no quiero decir eso, lo que quiero decir es que no vale la pena que se inventen excusas, explicaciones, para algo que está muy claro desde que existe el libro.

La lectura no es ninguna obligación, la lectura es una devoción, es una pasión, es un amor.”

Es una de sus reflexiones que escribió. El otro texto tiene relación a las palabras y al vocabulario, que en este país se desplazó hace algún tiempo y fue reemplazado por muy pocas palabras, que tienen diferente significado de acuerdo a la ocasión.

“Las palabras son buenas. Las palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpa. Las palabras queman. Las palabras acarician. Las palabras son dadas, cambiadas, ofrecidas, vendidas e inventadas. Las palabras están ausentes. Algunas palabras nos absorben, no nos dejan: son como garrapatas, vienen en los libros, los periódicos, en los mensajes publicitarios, en los rótulos de las películas, en las cartas y en los carteles. Las palabras aconsejan, sugieren, insinúan, conminan, imponen, segregan, eliminan. Son melifluas o ácidas. El mundo gira sobre palabras lubrificadas con aceite de paciencia. Los cerebros están llenos de palabras que viven en paz y en armonía con sus contrarias y enemigas. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa creyendo pensar lo que hace.

Hay muchas palabras.

Y están los discursos, que son palabras apoyadas unas en otras, en equilibrio inestable gracias a una sintaxis precaria hasta el broche final: “Gracias. He dicho”. Con discursos se conmemora, se inaugura, se abren y cierran sesiones, se lanzan cortinas de humo o se disponen colgaduras de terciopelo. Son brindis, oraciones, conferencias y coloquios. Por medio de los discursos se transmiten loores, agradecimientos, programas y fantasías. Y luego las palabras de los discursos aparecen puestas en papeles, pintadas en tinta de imprenta —y por esa vía entran en la inmortalidad del Verbo. Al lado de Sócrates, el presidente de la junta domina el discurso que abrió el grifo fontanero. Y fluyen las palabras, tan fluidas como el “precioso líquido”. Fluyen interminablemente, inundan el suelo, llegan hasta las rodillas, a la cintura, a los hombros, al cuello. Es el diluvio universal, un coro desarmado que brota de millares de bocas. La tierra sigue su camino envuelta en un clamor de locos, a gritos, a aullidos, envuelta también en un murmullo manso represado y conciliador. De todo hay en el orfeón: tenores y tenorinos, bajos cantantes, sopranos de do de pecho fácil, barítonos acolchados, contraltos de voz-sorpresa. En los intervalos se oye el punto. Y todo esto aturde a las estrellas y perturba las comunicaciones, como las tempestades solares.

Porque las palabras han dejado de comunicar. Cada palabra es dicha para que no se oiga otra. La palabra, hasta cuando no afirma, se afirma: la palabra es la hierba fresca y verde que cubre los dientes del pantano. La palabra no muestra. La palabra disfraza.

De ahí que resulte urgente mondar las palabras para que la siembra se convierta en cosecha. De ahí que las palabras sean instrumento de muerte o de salvación. De ahí que la palabra sólo valga lo que vale el silencio del acto”.

IMAGENES / Agencias 

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