Con la promesa de optimizar la luz solar y reducir el consumo energético, cuando el reloj marque las 23:59, se producirá un nuevo ajuste en el horario en gran parte del país. Tal como lo establece el Decreto 224, se dejará atrás el horario de verano (UTC-3) para dar paso al horario de invierno (UTC-4).
Al terminar el sábado y sean las 23:59 horas, los relojes deberán atrasarse en 60 minutos para volver a marcar las 23:00 del mismo día. La mayoría de los dispositivos electrónicos, como celulares, computadores o tablets, ajustarán la hora automáticamente.
Magallanes y Aysén no realizarán este cambio, ya que por razones geográficas mantienen el horario de verano durante todo el año, con el fin de aprovechar mejor la luz solar
Datos del portal Time&Date, el sábado 5 de abril, el sol saldrá a las 07:57 y se pondrá a las 19:31 en la Región Metropolitana. El domingo 6 de abril, amanecerá a las 06:58 y anochecerá a las 18:30. Este patrón continuará acentuándose en los próximos meses. A medida que nos acerquemos al solsticio de invierno, los días serán aún más cortos. En su punto máximo, el sol llegará a salir cerca de las 07:45 y se ocultará tan temprano como las 17:41.
Sin embargo, lo que en apariencia es solo un ajuste mecánico tiene un impacto profundo en la compleja maquinaria de nuestro organismo. Este breve desajuste temporal —atrasar el reloj una hora— desencadena una cascada de alteraciones internas.
Aunque el salto se hace en la noche del fin de semana precisamente para que la mayoría de la población lo haga con toda la suavidad posible, hay personas más sensibles que otras.
El cuerpo humano, regido por un ritmo circadiano meticulosamente orquestado, se ve obligado a reajustarse bruscamente. Como si fuera un viajero empujado al huso horario de otro continente, experimenta una suerte de jet lag que afecta tanto al sueño como al rendimiento cognitivo y emocional.
Este “reloj maestro” interno regula funciones esenciales como la temperatura corporal, la liberación de hormonas y los ciclos de vigilia y sueño. Al alterarse, se desencadenan síntomas que pueden parecer menores —somnolencia, irritabilidad, dificultad para concentrarse—, pero cuya acumulación puede tener consecuencias más profundas.
La Mayo Clinic ha documentado que tras el cambio es común experimentar problemas para conciliar el sueño, fatiga durante el día y cambios en el estado de ánimo.
A nivel fisiológico, no es solo el cansancio lo que nos acecha: diversos estudios, como los realizados por el University of Utah Healthcare, han encontrado un repunte en eventos cardiovasculares —como infartos de miocardio y accidentes cerebrovasculares— en los días inmediatamente posteriores al cambio horario.
Los niños son los que más notan el cambio horario y los que más tardan en acomodarse a la nueva hora (si bien normalmente es más problemático el cambio de primavera que el de otoño).
Esto es así por dos motivos. Primero, porque los niños suelen seguir rutinas estrictas que hacen sus días predecibles y les dan seguridad. Y segundo porque para ellos, una hora parece un periodo de tiempo mucho más largo que para un adulto. Si sumamos ambas cosas, resulta que el cambio de hora es una alteración significativa de algo muy importante. Normal que les afecte.