La relación cercana, construida día a día entre mostrador y cliente, trasciende la mera transacción comercial. Se forjan lazos de confianza, se comparten historias y los consejo sincero tiene un valor incalculable.
PEDRO ZAMORANO PIÑATS / Secretario General Cámara de Comercio de San Bernardo
En Chile, el Día del Comercio se celebra tradicionalmente el 6 de junio, aunque no es una festividad oficial, sino más bien es una conmemoración sobre la importancia del comercio que tiene este sector para nuestro país. Respecto a nuestro querido San Bernardo, el comercio local ha tenido una larga tradición, que pese al avasallador avance de la concentración económica y llegada de grandes cadenas comerciales, aún persiste el pequeño comercio detallista.
En el bullicio de la vida moderna, donde las grandes cadenas y las transacciones impersonales dominan el panorama comercial, emerge una figura que resiste con calidez y autenticidad: el pequeño comercio. Estos negocios de barrio, atendidos con esmero por sus propios dueños, representan mucho más que simples puntos de venta; son el corazón palpitante de nuestras comunidades, el tejido social que nos une y nos recuerda el valor de la conexión humana.
Su mayor fortaleza reside, precisamente, en aquello que la masificación intenta diluir: la atención personalizada. Aquí, no somos un número en una fila ni un perfil anónimo en una base de datos. Somos Don Daniel que busca el pan fresco de cada mañana, la señora Elizabeth que necesita el consejo experto para elegir la mejor fruta de temporada, o el joven Ignacio que encuentra en el librero un cómplice de sus inquietudes literarias. Los dueños de estos pequeños comercios nos conocen por nuestro nombre, recuerdan nuestras preferencias y se interesan genuinamente por nuestras necesidades.
Esta relación cercana, construida día a día entre mostrador y cliente, trasciende la mera transacción comercial. Se forjan lazos de confianza, se comparten historias y se crea un sentido de pertenencia. El pequeño comercio se convierte en un espacio de encuentro, donde la conversación espontánea florece, donde se intercambian sonrisas y donde el consejo sincero tiene un valor incalculable. Donde muchas veces el vecino en momentos difíciles obtiene un crédito sin intereses, anotándose en las antiguas y aún vigentes “libretas de fiado”.
En un mundo donde la eficiencia a menudo sacrifica la calidez humana, el pequeño comercio nos recuerda la importancia de la interacción genuina. No se trata solo de adquirir un producto o un servicio, sino de vivir una experiencia donde la atención personaliza marca la diferencia. El dueño, con su dedicación y conocimiento, se convierte en un curador de ofertas, un consejero confiable y, en muchos casos, un amigo del barrio.
Valorar el pequeño comercio es, por lo tanto, mucho más que apoyar a un negocio local. Es reconocer el valor de la cercanía, de la autenticidad y de la conexión humana en nuestras vidas. Es entender que detrás de cada mostrador hay un emprendedor apasionado, invirtiendo su tiempo y su corazón en construir algo propio y en servir a su comunidad.
En este tiempo de cambios y desafíos, el pequeño comercio se erige como un faro de humanidad en medio de la impersonalidad. Apoyarlo es invertir en la vitalidad de nuestros barrios, en la preservación de un trato cercano y en la defensa de una forma de comercio que pone a las personas en el centro. Es recordar que, a menudo, el mayor valor se encuentra en las cosas pequeñas, en las sonrisas sinceras y en la calidez de un saludo conocido. El pequeño comercio no es solo un negocio, es un lazo que nos une y enriquece nuestra vida cotidiana.
Finalmente concluyo, brindando mis saludos a hombres y mujeres del Comercio por su noble labor de servicio a nuestra Comunidad.