Mientras los científicos trabajan en soluciones, expertos recomiendan reducir la exposición eligiendo envases de vidrio, alimentos frescos y evitando calentar plásticos en microondas.
Un simple envoltorio de plástico para alimentos puede contener hasta 9.936 químicos diferentes, muchos de ellos capaces de migrar hacia la comida y, posteriormente, al cuerpo humano. Estas sustancias incluyen aditivos conocidos como bisfenol A (BPA) y ftalatos, ya identificados como disruptores endocrinos, pero también miles de compuestos no regulados o aún no identificados.
La exposición no es trivial: el calor, la grasa, los rayos UV o simplemente el tiempo facilitan el traspaso de estos químicos desde el plástico hacia los alimentos. Algo tan común como recalentar en microondas o dejar comida en un coche caliente acelera el proceso.
El plástico, aunque parte de polímeros básicos, se modifica con una variedad de colorantes, suavizantes, estabilizadores térmicos y más. A esto se suman impurezas del proceso de fabricación, residuos de producción y productos secundarios que aparecen con el tiempo y el uso.
Estos elementos no están químicamente ligados de forma estable, lo que permite que se liberen con facilidad. Por eso, los envases de uso alimentario como bolsas, botellas exprimibles y bandejas son particularmente problemáticos.
Un equipo del Departamento de Biología de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología (NTNU) analizó 36 productos cotidianos procedentes de EE. UU., Reino Unido, Corea del Sur, Alemania y Noruega. Usando espectrometría de masas de alta resolución, identificaron miles de compuestos, muchos de los cuales alteran la función hormonal y el metabolismo celular.
Estas alteraciones celulares coinciden con estudios poblacionales que detectan BPA y ftalatos en más del 90 % de las personas en regiones como Europa, Asia y América del Norte.
Además, se encontró que mezclas de químicos plásticos modificaban la actividad de 11 receptores acoplados a proteínas G, fundamentales en la señalización celular. Estas modificaciones pueden afectar procesos críticos como el crecimiento, la reproducción y el uso de energía.
La exposición a ftalatos se ha asociado a unas 350.000 muertes por enfermedades cardiovasculares en 2018, especialmente en adultos de mediana edad. También se han vinculado con obesidad, diabetes e hipertensión.
Incluso las alternativas al BPA, como el bisfenol S (BPS) y el bisfenol F (BPF), han mostrado causar alteraciones celulares similares, desmintiendo la supuesta seguridad de productos “libres de BPA”.
Con más de 13.000 químicos plásticos conocidos (y muchos sin listar), el abordaje químico por sustancia resulta inviable. La comunidad científica aboga por un cambio estructural: crear plásticos seguros desde el diseño.
Actualmente, se están probando polímeros de origen vegetal que son biodegradables y funcionales para conservar alimentos, al bloquear oxígeno y humedad, dos factores clave.
Algunos gobiernos han tomado la delantera. La Agencia Europea de Sustancias Químicas ha clasificado muchos plastificantes como sustancias de alta preocupación, y varios estados de EE. UU. ya prohíben el BPA en materiales de contacto alimentario.
Incluso las propias industrias están creando registros abiertos de aditivos ante futuras exigencias regulatorias.
Mientras la ciencia y la legislación avanzan, hay acciones concretas para reducir la exposición:
Evitar calentar alimentos en plásticos, usar vidrio o cerámica.
Preferir alimentos frescos o congelados, en lugar de enlatados o ultraprocesados.
Estos pequeños cambios pueden ser importantes, ya que la exposición es acumulativa: cada sorbo de una botella de plástico y cada bocado envuelto en plástico suma.
El rediseño de materiales plásticos desde una óptica sostenible tiene para la salud y el medioambiente. Apostar por bioplásticos compostables, elaborados a partir de fuentes renovables como almidón de maíz, celulosa o algas, podría eliminar gran parte de los compuestos tóxicos y reducir la persistencia de residuos en los ecosistemas.
Además, la aplicación de la química verde en el desarrollo de nuevos polímeros permite materiales que se degradan en semanas y no liberan contaminantes. Si estas innovaciones se escalan industrialmente, podrían sustituir en gran medida los plásticos derivados del petróleo, reduciendo la huella de carbono, la toxicidad ambiental y los impactos negativos sobre la biodiversidad.
Impulsar estas tecnologías, junto con políticas fuertes y educación ciudadana, es clave para lograr una economía circular verdaderamente sostenible en el sector de los envases y embalajes.